viernes, 20 de mayo de 2011

RAFAEL DELGADO




Cerca de la ciudad de Orizaba, Ver., rodeado de un paisaje verde como la esmeralda, se encuentra un poblado que lleva el nombre de Rafael Delgado, para que no se borre de la memoria el de un ilustre veracruzano. Él no fue soldado heroico, ni ejemplar gobernante, ni destacado luchador social, mas su nombre es reconocido con respeto y admiración en México y en el extranjero porque fue uno de los mejores escritores mexicanos del siglo XIX.

Rafael Delgado nació el 20 de agosto de 1853, en Córdoba, Ver., ciudad que ha sido cuna de talentosos hombres de letras, desde la época colonial hasta el siglo XX, como el jesuita Agustín Pablo de Castro, Jorge Cuesta, Rubén Bonifaz Nuño y Emilio Carballido, entre otros. Pero Rafael no vivió mucho tiempo allí pues sus padres, que eran personas acaudaladas, muy católicos y de ideas conservadoras, apoyaban al grupo de Santa Anna, por lo que al crecer el movimiento liberal en Córdoba tuvieron que trasladarse a Orizaba, donde nuestro personaje pasó la mayor parte de su vida. Sin embargo como era gran admirador de la exuberante vegetación cordobesa, en sus novelas Delgado bautizó a su tierra nativa con el nombre de Villaverde y le dedicó hermosas páginas en las que describe la belleza de su paisaje.

En la mitad del siglo XIX, la lucha entre liberales y conservadores había provocado una profunda inestabilidad política y económica que arruinó a muchas familias ricas, entre ellas la Familia Delgado Sáinz, que pasó a ser de clase media. Esas pugnas entre liberales masones y católicos conservadores, así como las diferencias entre los ricos porfiristas y la clase media, recreadas con gran fidelidad en su novela "Los parientes ricos". Porque el cordobés de quien hablamos fue un escritor realista y costumbrista; su pluma fue como una cámara fotográfica que mostró sin falsedad a los veracruzanos de aquella época, ricos y pobres, buenos y malos, hombres y mujeres, sus costumbres, su modo de hablar, sus sentimientos; por ejemplo, las escenas de un velorio en la novela "La Calandria: Los preparativos consistían en proveerse de pan, bizcochos, azúcar, café y de algunas botellas de aguardiente añejo, del mejor, para obsequiar, de media noche en adelante, a los doloridos asistentes. Gran parte de los veladores, hombres y mujeres, distraían los fastidios y tristezas del velorio con animados juegos de estrado. Al florón, juego insulso y de memos, sucedió el correconejo, que es de lo más pecaminoso".

Rafael Delgado fue un hombre muy instruido y aunque se educó casi totalmente en Orizaba, por medio de los libros conoció a los más grandes escritores europeos, ya que sabía inglés, francés e italiano. Estudió la preparatoria y la carrera de profesor en el Colegio Nacional de Orizaba, de donde fue catedrático de literatura e historia durante dieciocho años. En 1884, decide México para continuar con su carrera literaria. Su fama de escritor llega hasta Europa ya que es nombrado miembro de la Real Academia de la Lengua Española. Sin embargo, su situación económica era difícil, por lo que retorna a Orizaba para continuar con sus cátedras. En 1901, invitado por el gobernador del Estado, imparte las clases de español y literatura en Xalapa durante ocho años.

Su amigo el novelista José López Portillo y Rojas, gobernador de Jalisco, invita a Rafael Delgado a dirigir el Departamento de Educación de aquel estado. Se desempeña algún tiempo en esta función pero, en 1913, su viejo padecimiento de artritis lo obliga a retornar a Orizaba.

Aunque en su juventud fue de aspecto agradable, pulcro en el vestir, cabello y bigote rubio, ojos claros; era muy católico pero no fanático, nunca se casó. En su vejez su carácter afable se tornó hosco. Fumador empedernido, buscó en el vino el consuelo a sus penas. Afectado de una enfermedad bronquial, lo agrava la depresión causada por la invasión norteamericana a Veracruz y muere en Orizaba en 1914.


Aunque en algunos de sus cuentos y novelas, Rafael Delgado revela su admiración por el emperador Maximiliano a quien llama Príncipe y su simpatía hacia los conservadores, esta posición ideológica no le resta mérito a sus excelentes dotes de observador crítico de la sociedad en la que vivió.

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